El martes 24 de octubre de 2023, llegué a mi departamento agotado. Sabiendo de las alertas emitidas por Protección Civil y los grupos de WhatsApp sobre un huracán, me acosté temprano muy tranquilo. La lluvia comenzó alrededor de las diez de la noche y para la medianoche, ya no había luz eléctrica. Los vientos empezaron a soplar con fuerza, haciendo crujir mi ventana. Me levanté de inmediato y noté que no estaba completamente cerrada. A pesar de asegurarme de que estuviera bien cerrada, calculé rápidamente que esa ventana no resistiría el fuerte embate del viento.
Me reuní con mi familia en la sala cuando de repente, se escuchó un estruendo. Los vidrios de las ventanas estallaron, uno tras otro, permitiendo que el viento y la lluvia entraran violentamente. En tres minutos, las puertas interiores de las habitaciones fueron derribadas. Mi hija de 13 años se abalanzó hacia mí, llorando. La tranquilicé, al igual que a mi esposa, mi hija mayor y mi hijo. A pesar de mi propia alarma, intenté mantener la calma y les dije: ‘Es solo agua y viento. Tranquilos, vengan aquí donde el viento no sopla tan fuerte’. Sin embargo, el viento era muy fuerte y nos invadió un intenso frío. Nos abrazamos sin saber qué hacer mientras el viento azotaba fuertemente, utilizando el agua de la lluvia como proyectiles molestos que disparaban hacia todas partes.
De pronto, mi hija mayor sugirió: ‘Debemos meternos al baño’. Con mucho esfuerzo, abrimos la puerta y nos metimos los cinco. El viento parecía querer arrancar la puerta de nuestras manos, ya que no tenía chapa. Tuvimos que sujetarla fuertemente del hueco vacío donde va la chapa para evitar que se abriera. Se escuchaban ruidos aterradores y el edificio se mecía tanto que llegué a pensar que podría caer.»
«Varios minutos parecían eternos. Nuestra mascota, un chihuahua inquieto, estuvo nervioso desde el principio. Desde que tronó un transformador, no se calmaba. Incluso hubo momentos en que lloró asustado cuando estábamos en el baño, pero la mayor parte del tiempo estuvo tranquilo en brazos de mis hijos, quienes lo cuidaban como a un niño pequeño.
En los momentos de mayor espanto, cuando nuestras vidas parecían una película de Hollywood, ¡el huracán estaba dentro de nuestro departamento en el quinto y último piso del edificio! Sin duda, hicimos oración y nos acordamos de Dios. Les dije a mi familia: ‘No tengan miedo, yo no tengo miedo porque tengo a Dios. En todos los desastres, Dios salva a los suyos. A veces, los justos pagan por pecadores, pero esta vez todo saldrá bien para nosotros’. Guardamos la calma, confiando en nuestro Señor y en la Virgen, a quien mi esposa invocaba para nuestra protección.
En esos momentos, las reflexiones fueron muchas. Nos preguntamos cómo habíamos ignorado las constantes alertas que había en la radio desde muy temprano. Pensamos en las personas más desprotegidas que nosotros. Nos preguntamos cómo estaría nuestra familia en San Jerónimo. Sabíamos que nos encontrábamos en una zona crítica, pues Acapulco estaba siendo azotado de manera directa por el paso del huracán Otis. Antes de que se fuera la luz y el internet, conocíamos esa información. Tal vez no nos hubiéramos alarmado tanto si las ventanas hubieran resistido. Ahí comprendí la importancia de tener unas ventanas y puertas muy resistentes y seguras. Estoy consciente de que conocía esas deficiencias y fui omiso en arreglarlas, puesto que nunca en mi vida había vivido vientos tan fuertes. Eso y muchas reflexiones más platicamos. Recordamos cómo veíamos de lejos los desastres en la televisión cuando anunciaban estos huracanes en Estados Unidos o los tifones en Japón. Hasta de las guerras y el bombardeo en Gaza por Israel nos acordamos. Dijimos cuánto sufre esa gente. Si nosotros en un breve momento vivimos esta angustia, cuánto más sufrimiento tienen las personas afectadas por esos acontecimientos.
Luego, poco a poco y después de varias horas, llegó la calma. Disminuyó la intensidad del viento y pudimos salir y salvar algunos objetos de valor que metimos al baño. De pronto, el viento volvió a amenazarnos. Nos refugiamos en el baño, donde improvisamos con sábanas y cojines y nos acomodamos en el único lugar más o menos seco, o, mejor dicho, menos húmedo. Se empezó a meter el agua. Tapamos la parte de arriba con papel sanitario y la parte de abajo de la puerta del baño con unos tapetes que parecen alfombra. Al fin logramos estar en calma y fue hasta las cinco de la mañana, que dormité un poco ya que la lluvia paró. Nos bajamos al estacionamiento y me subí al carro.
Antes de subirnos a descansar un poco en los asientos del coche, noté que mi coche había sufrido daños, al igual que los carros de mis vecinos. Tenía golpes de las ramas de un árbol de aguacate que está cerca y también golpes en la lámina y parabrisas. Así igual estaban todos los coches que fueron golpeados con los pedazos de loza que supe eran restos de los tinacos que estaban en la azotea. Estos tinacos se cayeron de sus bases y se rompieron en pedazos como cántaros.
Ya al amanecer, paró un poco la lluvia. No había viento. El viento se fue como a las tres de la mañana. Los vecinos salieron ya a las seis de la mañana. Nos contamos cómo la habíamos pasado y pudimos observar a nuestro alrededor los daños en techumbres, tinacos, ventanas, casas en el cerro que colinda con nuestro edificio. Un depósito de agua gigante que abastece a varias colonias quedó derribado en la punta del cerro de la colonia Antorcha Campesina. Aquí abajo, en la colonia Mozimba, también eran notorios los daños.»
«Eran las once con cincuenta y dos minutos del día 25 de octubre. Ya habíamos limpiado el estacionamiento de ramas, pedazos de tinacos, vidrios de las ventanas y demás basura esparcida. Llegó el mecánico del taller que está al lado del edificio y me contó que el huracán derribó su casa completa. Era de madera y estaba en el cerro de la colonia Antorcha Campesina. Después de todo ese caos, en este preciso momento, salió el Sol con todo su esplendor. Apenas corre agua por la calle y los árboles yacen derribados. Entre daño y daño, entre historia e historia, el día, la vida y el Huracán Otis siguen su curso.
CRÓNICA DESPUÉS DEL HURACÁN OTIS
Cuando parecía que la calma había llegado y el Sol restauraba la humedad de la lluvia, comenzó a hacerse notar el CAOS que dejó el huracán OTI. Asomado en mi ventana sin cristales, noté que la gente caminaba con productos en las manos, bolsas y cada vez más gente se agolpaba en la esquina. Regresaban con artículos que provenían del Oxxo. La gente estaba saqueando el Oxxo de la esquina y no solo el Oxxo. En el transcurso del día supe que la gente desesperada saqueó todo lo que pudo y hasta donde pudo. Incluso pantallas, refrigeradores y otros artículos que nada tienen que ver con la necesidad de alimentarse. Rompiendo con esa línea de necesidad injustificada puesto que el huracán solo duró una noche, los saqueos eran un robo descarado, aprovechándose de las circunstancias. Hasta donde sé, saquearon Aurrerá, Chedraui, Walmart y cuánto negocio pudieron.
Supe por un vecino que logró recorrer parte de la ciudad que el parque Papagayo quedó sin árboles y, por supuesto, de otros saqueos. Solo rumores que llegaron al edificio donde me la pasé todo el día. Estuve descansando y limpiando. Así me llegó la noche, sin ningún servicio puesto que seguimos sin luz eléctrica. Arreglamos con plástico encima de los colchones mojados y sábanas secas y dormimos bien. Hoy, 26 de octubre de 2023, amanecimos con un clima normal, soleado, pero aún sin servicios y con la incertidumbre de lo que pasará. Sin embargo, observo pasar constantemente patrullas del ejército y los de CFE están trabajando desde las 3 de la madrugada que llegaron hasta este momento que son las ocho y media de la mañana, sin lograr restablecer la energía en esta zona poniente de Acapulco.
Son las once treinta y nueve de la mañana. Bajé a mi vehículo a cargar el celular. Mi hija tuvo esa idea ya que me quedaba solo el 2% de energía. Aprovecho para escribir estas líneas y contarles que la tienda de la esquina abrió. Fue mi esposa y mis hijos y encontraron personal de CFE que venían con carros de trabajo de la ciudad de México. Andaban buscando comida pues trabajaron toda la noche y no tenían alimentos. Comentaron que la situación era grave, que iban a tardar mucho en restablecer las líneas de luz, que quizás hasta en un mes podrían restablecer todas las líneas dañadas.
En todo este tiempo he visto cómo pasan gentes con colchones, pantallas, víveres y toda clase de objetos presumiblemente obtenidos con el saqueo. No puedo determinar qué sí y qué no, pero unos hasta carritos del súper traían. Algo malo hay en nuestra cultura y mucha gente aquí lo ve normal. Sin embargo, ya hay más presencia del ejército y están limpiando las calles, cortando los árboles caídos y ya se ve menos gente acarreando cosas.
Por nuestra parte, toda la mañana estuvimos sacando ropa, objetos y colchones al sol para rescatar lo que más podemos. Lo que vimos ya inservible lo convertimos en bolsas de basura y aún no terminamos con la humedad. Seguimos limpiando y tratando de poner orden en la casa. En lo particular, aún no salgo a la calle. Estamos bien y quiero esperarme un poco más a que se restablezca el orden.»
SEGUNDA NOCHE DESPUÉS DEL HURACÁN OTIS
La oscuridad llegó nuevamente. Eran las 6:50 de la tarde y seguía sin salir. Solo veía pasar, ir y venir a la gente. Estoy utilizando la máxima en tiempos de emergencia: si no tienes a qué salir, no salgas. Hasta este momento, así lo he hecho. Me la he pasado arreglando el departamento y, en ratos, leo en mi Kindle un libro de John Reed, ‘Diez días que conmocionaron al mundo’. Seguimos sin luz eléctrica y puede notarse el esfuerzo del personal de la CFE y del Ejército Mexicano.
VIERNES 27 DE OCTUBRE 2023.
La ciudad está devastada. Hoy salí a la avenida Ejido y pude observar el desastre. Es realmente conmovedor. Hay destrucción por todos lados, ya sea por el huracán Otis o por los humanos. De verdad que se tiene que volver a reconstruir la ciudad de cero. Hoy salí de Acapulco y llegué a San Jerónimo, un poblado a 82 km de Acapulco. Por aquí no pasó el huracán. Pude comer tranquilo en compañía de mi madre y después visitar a más familia. Son las cuatro de la tarde.